Hablemos de... Las Chicas del Radio
¡Hola,
mis lectores! Siento haberos abandonado bastante tiempo, pero ha sido un año
muy ajetreado y no he tenido mucho tiempo para poder dedicarle al blog, pero
aquí estoy y os traigo una nueva publicación. Espero que os guste.
Hoy
vengo a hablaros de una tragedia radioactiva que ocurrió en Estados Unidos en
los años veinte, y que poco a poco ha ido cayendo en el olvido. Pero para
comprender la historia hay que ir un
poco más atrás en el tiempo, concretamente al 26 de diciembre 1898, cuando el
matrimonio Curie anunció el descubrimiento de un nuevo elemento químico mucho
más radiactivo que el uranio. Hay que destacar que la radioactividad fue
descubierta pocos años antes por otro científico francés y aun se desconocía
los efectos nocivos de esta sobre las personas. Era tal el desconocimiento del
peligro de esta sustancia que se creía que era una cura milagrosa, ya que se había
probado como tratamientos en algunas personas afectadas de cáncer y estas habían
sido curadas. El radio se hizo tan famoso que comenzó a impregnarse multitud de
productos con este, como chocolate, lana, preservativos, maquillaje, pasta de
dientes, etc., pero sobre todo se usaba en medicina y relojería.
En el caso de la relojería se utilizaba para colorear las esferas y manecillas de los relojes, algo
que venía muy bien para aquellos soldados, sobre todo aviadores, que se
encontraban en el frente durante la Primera Guerra Mundial, para poder ver la
hora en la oscuridad, sobre todo gracias a William J. Hammer, quien
combinó el radio con pegamento y sulfuro de zinc formando así
una sustancia que brillaba en la oscuridad, esto resultó de gran
utilidad industrial, sobre todo para las fábricas de relojes, que comenzaron su auge. Ya es aquí entrando ya
en juego las protagonistas de esta entrada.
La
empresa protagonista es United States Radium Corporation, que en 1917 comenzó a
suministrar sus productos al frente y a todos los que quisieran (y pudieran
pagar), la nueva moda de llevar aquellos relojes luminiscentes. Las fábricas de
esta empresa comenzaron a contratar a ciento de mujeres jóvenes, con manos
pequeñas y pulso firme para encargarse de pintar aquellas esferas. Estas
jóvenes se sentían unas afortunadas, ellas mismas decían que se consideraban
más unas artesanas que obreras.
A
pesar de que la dirección de la empresa estaba al tanto de los peligros que podía
causar aquel elemento, nunca se le informó a las trabajadoras, las cuales se vestían
con sus mejores galas para ir a trabajar, ya que cuando salían por la noche y acudían
a los salones de bailes estas brillaban en la oscuridad, esto se debía a que el
polvo de radio flotaba por todas partes lo que hacía que se metiera por todas
partes con facilidad. A esto hay que sumarle que ellas mismas, por
desconocimiento, se aplicaban el material en el pelo, lengua o la piel para
sorprender a sus parejas y familiares. Muchos las calificaban como ángeles de
otro mundo, también las llamaban “las chicas fantasmas”.
Y
si pensáis que todo lo anterior es grave, esperar a ver lo que viene a
continuación, y es que estas trabajadoras cobraban por esfera pintada, por
tanto llegaban a pintar unas 200 esferas al día, para ello las pintaban a
pincel, pincel muy fino hecho con pelos de camello que al cabo de varias
pintadas se acababa abriendo, por lo que afinaban el pincel con las boca,
“chupa, moja, pinta”, lo que hacía que a lo largo de unas semanas ingirieran
grandes cantidades radioactivas. Y hasta que ya no fue tarde no fueron
conscientes de lo que ocurría.
Una
de las primeras víctimas que se conocen fue Mollie Maggia, quien solo tenía 24
años cuando comenzó con un dolor de muelas que terminó siendo un calvario.
Después de extirparle unos dientes comenzaron a aparecer úlceras, esa
infección acabó por extenderse por toda la boca, garganta y oído. Lo más
desagradable fue cuando el médico, mientras la examinaba, descubrió que su
mandíbula se resquebrajaba entre sus dedos. Murió en 1922, diagnosticada erróneamente
por sífilis, a partir de aquí la empresa usaría esto para calumniar a todas las
empleadas, todas las que más tarde denunciarían a la empresa, los abogados de
esta lanzarían injurias acusándolas de que todos sus males eran por
enfermedades de transmisión sexual.
Otra
afectada fue Grace Frayer, quien trabajó en la empresa desde 1917 hasta 1920, y
un par de años después comenzó a tener problemas bucales. Fue de doctor en
doctor buscando respuestas hasta que uno dio en el clave y le dijo que su
antiguo trabajo era el que le había ocasionado todos esos problemas. Todo esto
se debe a que el cuerpo confunde el radio con el calcio y lo fija en los
huesos, desde donde acaba irradiando todo el cuerpo provocando la necrosis
ósea.
A
partir de ahí Grace comenzaría a buscar a todas sus antiguas compañeras de
trabajo, pudo reunir a cinco para iniciar una demanda y pedir indemnizaciones
(250.000 dólares para cada una), además de conseguir a un abogado dispuesto a
defenderlas ante una empresa multimillonaria, la cual no dejaba de falsificar
documentos. En 1927 ya habían muerto más de 50 chicas, y según una
investigadora, hasta que no murió el primer varón los expertos no comenzaron a
movilizarse. La prensa las bautizó como “Las Chicas del Radio”, llamando
así la atención de todo el país. Pero
aquí no acaba todo, porque la empresa de relojes se comportaba con todo aquello
como si se tratase de un chiste macabro, sabiendo que a muchas de aquellas
jóvenes no les quedarían más de cuatro meses de vida, algunas de ellas ya no
podían moverse de la cama, consiguieron retrasar los juicios, como si esperaran
a que todas ellas murieran. Incluso la misma Marie Curie mandó una carta que la
que se prestaba a brindarles ayuda a aquellas jóvenes, y diciéndoles que por
desgracia es imposible destruir aquella sustancia una vez estuviese dentro de
sus cuerpos.
Fue
un proceso largo y macabro, la empresa se dedicaba a negar lo evidente, lo más
sonado fue que, en uno de los juicios una de las afectadas que prestó declaración
había perdido un brazo, y uno de los acusados tuvo la desfachatez, por
calificarlo de algún modo, de decir que no notaba ninguna diferencia en la
demandante, negaron la evidencia constantemente, achacando todos los problemas
de salud de aquellas mujeres a defectos genéticos o enfermedades de transmisión
sexual. Muchas chicas se quedaron en el camino, incluso llegaron a exhumar el
cadáver de Mollie Maggia. Muchas pelearon desde su lecho de muerte, con enormes
tumores, como el conocido la mandíbula del radio, otras con huesos frágiles
como el cristal, entre otros muchos efectos provocados por el envenenamiento
por radiación. Lucharon hasta el final y su final, y no por ellas, sino por las
demás afectadas que aun tenían un mínimo de posibilidades. Fue uno de los
primeros casos en el que la empresa fue declarada culpable y responsable por la
salud de sus empleados.
No
debemos olvidad nunca esta macabra historia, igual que no debemos olvidar otras
tantas, una historia en la que se negaron las evidencias hasta el final,
teniendo las pruebas delante, todo por dinero, condenando a unas jóvenes que tenían
toda la vida por delante a perderla.
Si
tenéis curiosidad y queréis saber más sobre todo esto tenéis un libro de ensayo
titulado “Las Chicas del Radio”, escrito por Kate Moore, quien investigó
recorriendo toda USA, está publicado en España por la editorial Capitán Swing. También
hay una película estrenada el año pasado pero que solo ha visto la luz en
festivales y no se ha distribuido a nivel mundial. Y en YouTube hay un corto animado contando la historia de estas chicas, os dejare el enlace en las fuentes.
¡Muchas gracias por vuestras visitas!
Fuentes:
https://horasyminutos.com/2018/08/29/el-terrible-caso-de-las-chicas-del-radio/
https://www.eldiario.es/cultura/libros/Brillantes-radioactivas-mujeres-sacrificaron-salvar_0_840966799.html
https://www.diariodesevilla.es/delibros/kate-moore-chicas-del-radio_0_1327067790.html
Corto Animado: Las Chicas del Radio

Comentarios
Publicar un comentario